El aprendizaje está fuertemente influido por la motivación del alumno. El niño ha de involucrarse en su propio aprendizaje y disfrutar con él. Si le resulta interesante deseará aprender más. Lamentablemente el sistema educativo actual no les resulta atractivo, por lo que los niños no consideran que aprender sea positivo o agradable, sino más bien, todo lo contrario.
Partiendo de esa premisa, parece obvio afirmar que los deberes no son beneficiosos, al menos, tal y como los entendemos tradicionalmente. Están contribuyendo a causar un efecto aún más negativo en el proceso de aprendizaje puesto que, no sólo son una carga fuente de estrés, sino un obstáculo para realizar actividades de ocio que son vitales para el adecuado desarrollo de los menores.
Las tareas escolares pueden distanciar al niño de sus familias porque pueden generar situaciones tensas y frustrantes para padres e hijos, reduce el tiempo de ocio familiar, y en muchas ocasiones pueden derivar en un daño de la propia autoestima del menor.
Los deberes tradicionales no favorecen el aprendizaje puesto que la predisposición hacia ellos es negativa, puede alejar a los menores de sus familias y no sirven para desarrollar aspectos como la responsabilidad o el compromiso, ya que sólo enseñan a “hacer lo que otros te dicen que hagas”.
Si realmente queremos que los alumnos aprendan hemos de dejar a un lado nuestro pensamiento adultocentrista y acercarnos a ellos. Enseñarles a aplicar el conocimiento de las aulas en sus vidas. Que sus deberes puedan ser leer los ingredientes y la receta de la cena, calcular cuánto les ha costado la comida a cada uno, mirar la composición de los alimentos del armario, clasificar las hojas de los árboles del parque…en definitiva que les resulte útil, ameno y les acerque a sus familias, que demasiado tiempo pasan ya alejados de ellas, como para alejarles más.
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